Hoy la
antesala estaba llena de familias que esperaban celebrar un juicio de divorcio.
Uno de esos juicios donde un extraño,
que ni te conoce ni te ha visto en su vida, va a decidir qué días puedes estar con tu hijo y qué días no. Ese
extraño, decidirá si en Navidad puede
estar, con el niño, dos, cuatro o seis
días y también decidirá en qué años podrás dejar los juguetes debajo del árbol
de Navidad (el día de Reyes) para que cuando tu hijo se levante los encuentre allí,
porque ese año “te toca a tí”. Un tercero que no sabe cuánto se han amado dos
personas durante mucho tiempo, va a
decidir qué tienen que hacer con todo lo que han construido, va a escuchar un
cúmulo de miserias, porque en ese momento nadie recuerda las sonrisas, ni los buenos
momentos, miserias que le importan un pepino y a las que no va a dar ni
importancia. Un extraño que no tiene ningún interés en
saber cómo funcionan sus vidas va a llamar a un sinfín de testigos para que
cada uno cuente lo que le venga en gana con el único fin de convencer ( a ese
extraño ) de cuánto tiempo tiene que pasar el niño con su progenitor, y lo más importante: cuánto va a pagar el
otro. Todo ello con el fin de que una de
esas dos personas, (que una vez fueron grandes amigos, amantes y consejeros),
salga “ganando” y todo ello sin tener en cuenta lo que el niño necesite, dado que lo
importante es la “batalla” de los adultos. Pero es más, y para que no se quede
en el tintero, el niño viene también a que ese extraño le vea, le pregunte
cosas, el niño tiene que entrar en esa
Sala, él sólo, sin que nadie de los allí presentes sepan quién es quién, ni quién es ese niño, ni qué tristezas arrastra, ni quién es ese Señor de negro sentado en esa mesa tan grande, ni ese otro Señor que se encuentra a su derecha. Señores, extraños, desconocidos, que le preguntan cosas que en realidad él no entiende pero se encuentra realizando
ese esfuerzo de intentar recordar qué es lo que le dijo mamá que tenía que
decir si le preguntaban esto o lo que le dijo papá, o si fue la abuela o el
abuelo, y el niño allí, dentro de su “acojonamiento” lo único que consigue
decir es lo que sabe: la verdad.
Después de
todo el espectáculo, finalmente se obtiene una Sentencia en la cual no gana
nadie pero una de las partes se siente triunfadora y otra derrotada, en las sentencias de divorcio con menores de
por medio siempre se pierde, y no es ningún progenitor el que lo hace, pero eso
no lo ven, porque están tan cegados en ver hasta dónde pueden llegar para “destruir”
al otro que se han olvidado de los verdaderos perdedores: los niños.
Y a partir
de este momento viene la frase relámpago para callar cualquier boca: lo dice la
Sentencia. Usted ve a su hijo porque lo
dice la Sentencia y no deja que la otra parte esté con su hijo porque lo dice
la Sentencia, y aunque el niño quiera o no quiera, se hace lo que dice la
Sentencia, porque una Sentencia, en estos casos, es como un Dios que manda por
encima de todas las cosas pero en formato papel, y si lo dice la Sentencia, ya
se sabe, lo dice la Sentencia, ya se lo he dicho, es porque lo dice la Sentencia, hoy no podrás ver a tu hijo y tal vez, con suerte, las próximas Navidades la cosa
cambie, y sabes ¿por qué? Porque lo dice la Sentencia.
Mientras
tanto, en esa antesala, me encuentro con mi cliente. Es un señor con 72 años y
su esposa. Ella sufre demencia en la enfermedad de
Alzheimer de etiología degenerativa, no recuerda nada, no sabe quién es ese
señor que la empuja en su silla de ruedas para que no esté parada (se agobia si
está parada, el movimiento la tranquiliza). No dice ni una sola palabra desde
hace mucho tiempo. No sabe quién es ese muchacho que le agarra la mano cuando
ella realiza un intento en alcanzarle, no sabe quién soy yo. Cuando he llegado he
querido presentarme, le he dicho buenos
días pero no me ha respondido. Me ha mirado y me ha sonreído, la he visto en el
intento de esa pequeña sonrisa, tenía la mirada perdida, pero al hablarle ha
cruzado su mirada con la mía, pero sólo eso, un cruce de mirada simplemente
porque en aquel momento me encontraba justo delante del viaje de su mirada desorientada.
Intento explicarle a sus hijos y a su
marido cómo funciona el procedimiento, su marido no deja de llevarla en la
silla de un lado hacia otro, ella apenas se fija en nadie, es cómo si
observara la nada, está tan bien cuidada, lleva su pelo arreglado, con su
permanente en un color dorado, va maquillada, poco, lo justo. Está aseada,
lleva una blusa blanca con detalles en negro, lleva puesta una rebeca de
hilo, blanca, y en el cuello un pañuelo de seda en color rosa maquillaje. Ella
no habla pero su marido entiende perfectamente sus gestos. Sabe cuándo tiene
calor, si el pañuelo le agobia, si tiene frío, si quiere quedarse parada y
mirar durante unos segundos a sus hijos, es toda una vida juntos (me dice), al
final lo sabes todo sin necesidad de palabras.
¿Por qué
hay tanta gente? – Me pregunta-. Le digo que hoy es día de divorcios. Él me
mira y me sonríe de forma sarcástica: ¿divorcios? .- Sí, le contesto,
divorcios, las parejas ya no aguantan lo mismo que antes. Él asiente con la cabeza y me da una pequeña
explicación (no dejaba de pasear a su
mujer por lo que sólo me podía hacer comentarios justo en el momento en el que
pasaba por delante de mi):
Es que si la
mujer dice que no se ocupa de la casa ella sola y él dice que tampoco, pues no
va, si no se ayudan el uno al otro, hoy por ti y mañana por mí, y días malos
tenemos todos, hoy te lo aguanto yo y mañana me lo aguantas tú, pero si hay maltrato, ahí no eh? Ahí cada uno por
su lado, que si el respeto ya no se tenía ni de novios, mal vamos, que eso se
ve, y se ve de lejos, pero cuando dos personas se quieren no hay maltrato, de
ningún tipo. Que te agotas muchas veces, claro que sí! Pero es que eso forma
parte del matrimonio, no todo puede ser bonito! El respeto, el respeto es lo
más importante. Los hijos demuestran ese amor, ese cariño, ese respeto, por eso
vienen al mundo, ay! Si se tienen hijos sólo porque crees que así se van a arreglar
las cosas….ahí ya la “has cagao” porque todo lo que viene después es una
pesadilla, los hijos hay que tenerlos porque una pareja se quiere, si no ¿qué?
¿aquí? ¿en el juzgado? Y ¿con el niño también? Porque ¿qué explicación tiene que
esa criatura esté aquí sentada? (se refiere a un niño de unos 12 años que está
sentado justo delante de nosotros y que cada dos por tres un adulto va a
decirle algo). Ese niño ahora mismo tendría que estar en el colegio, haciendo
sus sumas y sus restas y no aquí. ¿Qué
le van a enseñar a esa criatura? Que cuando tenga un problema con su mujer cada
uno por su lado y ya se verán en el Juzgado? Respeto, hay que enseñarles a
respetar, a ser humildes, a ayudar, eso sí, pero no eso de venir aquí. En el
colegio es dónde tiene que estar, con sus compañeros de clase, y aprendiendo. Y
eso de los ordenadores, el “posap” ese o como se diga o el “fasbuc”, todas esas
cosas no traen nada bueno, un matrimonio son dos, y luego los hijos, y la
familia, y esos son los valores que se tiene que transmitir, el respeto y el
amor. En lo bueno y en lo malo.
Y ahí ya le
ha dado justo en la diana: el amor. Los que me conocéis ya sabéis que creo por
encima de todas la cosas que el mundo no podrá moverse sin amor.
Le escucho
atentamente, y asiento con la cabeza. Creo, firmemente, que tiene toda la razón
en todo lo que me dice. Ahora se ha
parado porque le ha sonado el móvil. Su mujer reclama su atención con la mano. Ha notado que está parada y eso le pone nerviosa, Levanta el brazo e intenta levantarse de la silla. Ella no habla, hace tiempo que no habla, es como si estuviera en otro mundo
pero físicamente se encuentra aquí. Él se pone delante de ella en el intento de
hacerle ver que sigue ahí, que no se ha marchado, ni lo va a hacer. Le coge de la mano con total confianza de que ese gesto la va a tranquilizar. Cuelga el teléfono y la mira, en ese momento ella le mira a él. Estoy segura de que ella sabía quién era él,
le ha mirado a los ojos y le ha mantenido la mirada, no es que sus miradas se hayan cruzado por casualidad, no, no es eso. Es que ella le ha buscado con la mirada y le ha encontrado. Él le ha sonreído, y le ha preguntado con muchísimo cariño: Qué te pasa?. Se ha acercado a ella y
le ha dicho muy bajito: te quiero. Después, ha alzado la cabeza y le ha dejado un beso en la frente, y justo
en ese momento y no en cualquier otro, ni antes ni después, sino justo en ese momento, ella ha cerrado los ojos, como si lo estuviera sintiendo, estoy
segura que lo ha sentido, estoy segura que ella sabía que ese beso era de él, del amor de su vida, de su marido. Segundos después, los ha vuelto a abrir y le ha sonreído.
Me gustaría poder seguir contándoles más, pero no puedo, no he podido evitar emocionarme. Imagínense, la antesala llena de familias por sus divorcios y yo pendiente de ese amor duradero, demasiada gente podría verme entre lágrimas, y eso, en mi profesión, no está bien visto, que hace que parezcamos humanos, por eso se lo escribo, para que lo pueda percibir usted mismo, con su imaginación. El amor, no
hay duda, por encima de todo.