Creía que no terminaría. Aquel estado emocional estaba
acabando conmigo. Era capaz de sentirlo a todas horas, cada minuto, había
quedado atrapada en aquel bucle. Estaba agotada. Fue como uno de esos sueños en
los que quieres gritar para que la gente de alrededor pueda oírte, pueda
ayudarte, pero no puedes, por más que intentas gritar no sale ni un mínimo
sonido, tu cerebro vuelve a intentarlo pero es inútil y entonces empiezas a
llorar, haces el intento de comenzar a correr pero ningún músculo de tu cuerpo
reacciona, es inútil, es como ese tipo de sueños pero vivido en la vigilia.
Aquella mañana me sentía realmente consumida, arrastraba
varios días de cansancio y muchas noches en vela. Intentaba mantener la
sonrisa, la compostura, pero por dentro podía verme totalmente exhausta, con
ganas de que aquello terminara. Dieron el toque de aviso, me coloqué la toga y
entré en Sala seguida del resto de profesionales. Allí estaba Su Señoría, creo
que no le caigo muy bien, aunque esa sensación la tenemos todos los abogados,
lo sé porque lo hemos comentado ciento de veces entre nosotros. Su Señoría no
deja de ser una persona y cuando alguien no te cae bien, sin razón alguna, no
te cae, y eso, insisto, también les pasa
a los que presiden las Salas en juicio.
-Es el cansancio, no te deja ser objetiva.- (pensé). Yo a lo
mío que para eso estamos. De pronto escuché una especie de “click” dentro de
mí. Se me nubló la vista, observaba a mi alrededor y todo se movía de manera
ralentizada, era capaz de mirar al resto de personas, observaba cómo hablaban
pero no escuchaba nada, intenté gritar, decir, gesticular, hacer algún tipo de movimiento
para llamar la atención, necesitaba que el resto supiera que algo no iba bien
en mí. Todos mis intentos eran fallidos. Era como si pudiera observar aquella
escena desde fuera como si yo misma quisiera decirme “reacciona!!!!”, como si
quisiera agarrarme de mis propios brazos y zarandearme para que volviera a la
realidad. Sentía que todos los allí presentes me observaban continuamente,
esperando que dijera algo y se acercaban más y más hacia a mí, sus miradas
estaban clavadas en la mía, pero yo no podía hablar.
De pronto pude escuchar
algo:
- Letrada Carbonell tiene la palabra. Letrada Carbonell? Me
oye? Está bien? Letrada Carbonell?
Me giré y observé a Su Señoría, sentada con las manos en su
ordenador, no paraba de escribir, esa blusa blanca con manchas negras que se
dejaba ver por debajo de la toga con esas enormes puñetas, no existirá algo más
horrible que una toga y las puñetas que la recrean, su pelo tan negro, tan
descuidado, como si no tuviera tiempo para prestarle atención, su mirada, nunca
se dirige a los letrados con la mirada, habla pero observando cualquier otro
punto que no sea los ojos de a quien se dirige. No me gusta la gente que no te
mira a los ojos, si el motivo de hacerlo es para demostrar la falta de cercanía
lo tienen bien logrado, aún así pude observar el color de los mismos, oscuros, parece
tímida, y cansada, no debo de ser la única, pero ese “click” me ha asustado mucho. Creo que la observé
durante un par de segundos pero me
parecieron largos minutos. Quería decirle que no, que no estaba bien, pero en
lugar de eso, y tras el análisis que conseguí hacer sobre ella, lo que salió de
mi boca fue: Sí, puedo hacerlo.
Cuando todo aquello terminó salí corriendo de la Sala, creo
que no fui capaz ni de despedirme, necesitaba estar sola, quería estar sola,
aquello había sido horrible, había caído, había fallado, ¿por qué había
permitido que eso me ocurriera? ¿Cómo había llegado hasta ahí? La sensación de
fatalidad era horrible. Rompí a llorar como si tuviera 5 años. Quería
desaparecer. Aquello se iba a quedar conmigo para el resto de mi vida y no
quería más experiencias de aquel tipo.
Desde hace un par de meses y como consecuencia de situaciones
personales mi cuerpo comenzó a enfermar. Un día me dolía la garganta, otro la
cabeza, al siguiente tenía vómitos. Durante un par de semanas tuve como una
especie de bola en mi garganta que no me dejaba tragar. Aquello
desapareció y me vino un fuerte dolor en
la boca del estómago. Ahora mi cuerpo llama mi atención con un entumecimiento
en mi oído derecho. Todo en su conjunto se llama ansiedad y hace tiempo que
vino a decirme que no pasa nada, que todo está bien y que es mejor que vaya más
despacio. Yo la estoy ignorando y ella sigue ahí para decirme que no la desatienda,
y aquel día, la ansiedad se hizo notar, una vez más, con ese click. Ahora sí,
vamos a sentarnos y hablemos.
El ser humano tiene unas necesidades básicas que cuando no nos permitimos fallar es como pretender
alterar esas necesidades naturales y que no pase nada. Cuando no nos permitimos
“el lujo” de desconectar, frenar, pensar en esas sensaciones, esas señales de
que algo no marcha como debiera, nos estamos haciendo daño y nuestro cuerpo lo
sabe. Todos necesitamos gestionar nuestras emociones, el dolor, y más el dolor,
porque hay que eliminarlo siempre y eso
no se puede hacer si no nos paramos para comprobar donde ha quedado alojado y
sacarlo fuera. Hay que parar. Hay que desconectar y hoy comienzo a desconectar
porque quiero que todo vaya bien, por eso lo escribo, para que no se me olvide
y por eso se lo enseño a todos ustedes para que me recuerden que hoy me he
prometido desconectar, que hoy comienzo mis conversaciones con la temida ansiedad.