Raquel es paz.
Es calma.
Es serenidad.
Raquel te escucha
como el que se para a sentir la lluvia con los ojos cerrados.
Además, Raquel
hace paté.
Sí. ¿Conocen a alguien que haga paté? En serio, ¿conocen a
alguien que haga paté casero? Sin colorantes ni conservantes. Paté.
Se acercaba la Nochevieja y este año era muy distinto para mí. Raquel lo sabía. Me ofrecieron varios planes, pero el que más me gustó fue el de Raquel.
Raquel
tiene esa forma de invitarte a un evento en la que es imposible decir que no.
Aquella Nochevieja tenía muy buena pinta. Yo no conocía a nadie, sólo a Raquel.
Era en casa de unos amigos suyos. Seríamos más de una decena de comensales, en
la que todos se conocían entre ellos excepto yo. Opté por esa opción. Me
encanta conocer a gente nueva.
Creo que empecé mal. Llegué tarde. Raquel me llamó:
-¿Dónde estás?
- Estoy llegando, casi en el parking, en 5 minutos estoy……
Allí estaban todos, esperando a que yo llegara para comenzar
a cenar. Una desconocida, invitada y que además se permitía el lujo de llegar
tarde. ¡Qué vergüenza! Jamás llego tarde a los sitios ¿Qué narices me había
pasado ese día? La San Silvestre, fue la San Silvestre que entre ir a correr y
la cerveza de después……
Llegué, con cara de apuro, de prisas, dando las gracias por haberme esperado. Es mejor dar las gracias que pedir perdón. Lo fácil es lo segundo, lo difícil lo primero.
Iba cargada con aquella bolsa del supermercado llena de lo que había comprado para
aquella noche excepto el licor de arroz. ¡Será posible! ¡El licor de arroz! Lo
había dejado en la nevera y al salir corriendo únicamente cogí la bolsa que
había sobre la mesa de la cocina. La había dejado preparada justo antes de
salir a la San Silvestre. Dichoso licor de arroz. Con las ganas que tenía de
probarlo. Estoy convencida de que les habría encantado. No iba a volver a casa a por él, y mucho menos en las horas en las que nos
encontrábamos. Ya habían esperado bastante como para darle importancia al licor
de arroz.
Nos sentamos en la mesa, yo junto a Raquel. No conocía a nadie
más. Y allí estaban esos botes de cristal con paté. ¡Qué pintaza tenían!
- Lo he hecho yo - dijo Raquel.
- - ¿En serio? ¿Has hecho tú el paté?- Le pregunté
Yo no podía dejar de observarlo. Era una maravilla culinaria
y sabía a gloria. Un gustazo para el paladar.
Raquel hace paté.
Uno de jamón y
otro de bonito con anchoas.
Paté.
Nunca había conocido a nadie que hiciera
paté.
Y entre una cosa y otra, Raquel nos habló de Finita. Una
señora que les cuidaba y ayudaba en las tareas del hogar. Por lo visto, Finita,
era una gran persona.
Cuando Raquel hablaba de ella se notaba aquella ternura
en sus ojos. Era una señora que te servía para un roto y un descosido. Da igual lo
que ocurriera o lo que hiciera falta, Finita tenía solución para todo. Era
resolutiva y en tareas del hogar no la ganaba nadie. Meticulosa con la
limpieza. A fondo. Todo.
Pero la historia de Finita, más allá de que hacía
enormes tortillas de patata en el cumpleaños de Sandra, la hermana de Raquel,
era mucho más peculiar. Finita lo limpiaba todo. Con gran conciencia (según contaba
Raquel) con tanta conciencia que, en una ocasión, cuando Raquel fue a visitar a
su abuela se quedó mirando un cuadro de estos de metal donde está la virgen María
con el niño Jesús en brazos. Ella se acercaba, extrañada, (según nos iba
relatando) porque había algo muy raro en esa imagen. Conforme se aproximaba, al tener aquella imagen delante de sus propias narices, no
pudo evitar troncharse de la risa. Finita, había limpiado aquel cuadro tan a
conciencia que había eliminado la imagen de la virgen y el niño. Pero no se olviden que Finita era muy apañada, así que decidió ponerle solución a aquello.
Un
rotulador siempre es una gran alternativa para cualquier problema. Y allí
estaba la virgen y el niño. Ambos sonrientes,
con esas grandes pestañas, y sus cejas. Y esa pequeña nariz, en forma de
triángulo. Lo mejor era sus sonrisas. Parecían tan felices. Finita tenía la
solución para todo.
Y para comprobar si nuestra imaginación, mientras Raquel
nos relataba aquella historia, había coincidido con la realidad, nos anunció que tenía
prueba de ello. Sacó su móvil, entró en la carpeta de imágenes y nos ilustró
con aquella foto. La virgen y el niño, “apañados” por Finita. (imagen que adjunto a este relato).
No morimos de la risa en aquel momento porque alguien dijo: !ya traigo agua! Qué momentazo cuando nos enseñó la foto. !Qué grande, Finita!
Qué gran noche. Terminamos cantando “te estoy amando
locamente” en plan karaoke, con la emoción en el cuerpo y con el “pero no sé cómo te lo
vy a desí”. Una canción cantada en grupo. Qué gran
noche, que grandes todos los que se encontraban allí.
Raquel hace paté y además
tiene unos amigos maravillosos, como ella.
El miércoles vino a verme al despacho.
– El jueves quedamos.
Me dice. –,bueno, no. Mejor el viernes. Vamos a tomar un vino y picamos algo.
Ya os he dicho que Raquel tiene esa manera de ofrecerte un plan el cual es
imposible rechazar. Y así, entre copa y copa de Abadía Retuerta recordamos de
nuevo a Finita, el paté y el “te estoy amando locamente”.
Esos momentos son
lo mejor de la vida. Y que personas como Raquel formen parte de ella, la hacen extraordinaria.
Feliz Cumpleaños, Raquel.