sábado, 21 de octubre de 2017

No vale caerse y no levantarse

Creía que no terminaría. Aquel estado emocional estaba acabando conmigo. Era capaz de sentirlo a todas horas, cada minuto, había quedado atrapada en aquel bucle. Estaba agotada. Fue como uno de esos sueños en los que quieres gritar para que la gente de alrededor pueda oírte, pueda ayudarte, pero no puedes, por más que intentas gritar no sale ni un mínimo sonido, tu cerebro vuelve a intentarlo pero es inútil y entonces empiezas a llorar, haces el intento de comenzar a  correr pero ningún músculo de tu cuerpo reacciona, es inútil, es como ese tipo de sueños pero vivido en la vigilia.
Aquella mañana me sentía realmente consumida, arrastraba varios días de cansancio y muchas noches en vela. Intentaba mantener la sonrisa, la compostura, pero por dentro podía verme totalmente exhausta, con ganas de que aquello terminara. Dieron el toque de aviso, me coloqué la toga y entré en Sala seguida del resto de profesionales. Allí estaba Su Señoría, creo que no le caigo muy bien, aunque esa sensación la tenemos todos los abogados, lo sé porque lo hemos comentado ciento de veces entre nosotros. Su Señoría no deja de ser una persona y cuando alguien no te cae bien, sin razón alguna, no te cae,  y eso, insisto, también les pasa a los que presiden las Salas en juicio.

-Es el cansancio, no te deja ser objetiva.- (pensé). Yo a lo mío que para eso estamos. De pronto escuché una especie de “click” dentro de mí. Se me nubló la vista, observaba a mi alrededor y todo se movía de manera ralentizada, era capaz de mirar al resto de personas, observaba cómo hablaban pero no escuchaba nada, intenté gritar, decir, gesticular, hacer algún tipo de movimiento para llamar la atención, necesitaba que el resto supiera que algo no iba bien en mí. Todos mis intentos eran fallidos. Era como si pudiera observar aquella escena desde fuera como si yo misma quisiera decirme “reacciona!!!!”, como si quisiera agarrarme de mis propios brazos y zarandearme para que volviera a la realidad. Sentía que todos los allí presentes me observaban continuamente, esperando que dijera algo y se acercaban más y más hacia a mí, sus miradas estaban clavadas en la mía, pero yo no podía hablar. 

De pronto pude escuchar algo:
- Letrada Carbonell tiene la palabra. Letrada Carbonell? Me oye? Está bien? Letrada Carbonell?

Me giré y observé a Su Señoría, sentada con las manos en su ordenador, no paraba de escribir, esa blusa blanca con manchas negras que se dejaba ver por debajo de la toga con esas enormes puñetas, no existirá algo más horrible que una toga y las puñetas que la recrean, su pelo tan negro, tan descuidado, como si no tuviera tiempo para prestarle atención, su mirada, nunca se dirige a los letrados con la mirada, habla pero observando cualquier otro punto que no sea los ojos de a quien se dirige. No me gusta la gente que no te mira a los ojos, si el motivo de hacerlo es para demostrar la falta de cercanía lo tienen bien logrado, aún así pude observar el color de los mismos, oscuros, parece tímida, y cansada, no debo de ser la única, pero ese “click”  me ha asustado mucho. Creo que la observé durante un par de segundos pero  me parecieron largos minutos. Quería decirle que no, que no estaba bien, pero en lugar de eso, y tras el análisis que conseguí hacer sobre ella, lo que salió de mi boca fue: Sí, puedo hacerlo.

Cuando todo aquello terminó salí corriendo de la Sala, creo que no fui capaz ni de despedirme, necesitaba estar sola, quería estar sola, aquello había sido horrible, había caído, había fallado, ¿por qué había permitido que eso me ocurriera? ¿Cómo había llegado hasta ahí? La sensación de fatalidad era horrible. Rompí a llorar como si tuviera 5 años. Quería desaparecer. Aquello se iba a quedar conmigo para el resto de mi vida y no quería más experiencias de aquel tipo.



Desde hace un par de meses y como consecuencia de situaciones personales mi cuerpo comenzó a enfermar. Un día me dolía la garganta, otro la cabeza, al siguiente tenía vómitos. Durante un par de semanas tuve como una especie de bola en mi garganta que no me dejaba tragar. Aquello desapareció  y me vino un fuerte dolor en la boca del estómago. Ahora mi cuerpo llama mi atención con un entumecimiento en mi oído derecho. Todo en su conjunto se llama ansiedad y hace tiempo que vino a decirme que no pasa nada, que todo está bien y que es mejor que vaya más despacio. Yo la estoy ignorando y ella sigue ahí para decirme que no la desatienda, y aquel día, la ansiedad se hizo notar, una vez más, con ese click. Ahora sí, vamos a sentarnos y hablemos.

El ser humano tiene unas necesidades básicas  que cuando no nos permitimos fallar es como pretender alterar esas necesidades naturales y que no pase nada. Cuando no nos permitimos “el lujo” de desconectar, frenar, pensar en esas sensaciones, esas señales de que algo no marcha como debiera, nos estamos haciendo daño y nuestro cuerpo lo sabe. Todos necesitamos gestionar nuestras emociones, el dolor, y más el dolor,  porque hay que eliminarlo siempre y eso no se puede hacer si no nos paramos para comprobar donde ha quedado alojado y sacarlo fuera. Hay que parar. Hay que desconectar y hoy comienzo a desconectar porque quiero que todo vaya bien, por eso lo escribo, para que no se me olvide y por eso se lo enseño a todos ustedes para que me recuerden que hoy me he prometido desconectar, que hoy comienzo mis conversaciones con la temida ansiedad.








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