jueves, 23 de junio de 2016

Anécdota de una loca enamorada del amor para Don Salvador Pérez- Marsá.

Me gusta escucharle, me gusta cuando me cuenta esas historias que tiene guardadas en su mente, en su espíritu, en su alma, esas historias de cuando era joven, de las injusticias que ha ido viendo a lo largo de esta, nuestra profesión. Me gusta recordar su primer consejo, ese que jamás olvidaré, el que me quedará por vida y que ya forma parte de las historias que yo les cuento a los que acaban de terminar la carrera y pasan por este despacho. Me gusta recordar aquel momento….
     
     Era un agosto caluroso, aquel martes parece que el sol se había ensañado con nosotros, el calor era horrible, casi costaba respirar. Me encontraba sentada en el despacho de Alejandro, estábamos hablando de cómo íbamos a llevar la forma de trabajar juntos. Llamó a su padre para presentarnos, él también formaba parte del despacho. Era, y es, un Señor guapo, un galán, con el pelo abundante y plateado, un caballero que imponía respeto, aparentaba unos 70 años, sin embargo tenía bastantes más, me llamó la atención la expresión de sus ojos, me provocaron ternura, me levanté, nos saludamos con un apretón de manos junto con las oportunas presentaciones y esa conversación cordial que se tiene al inicio de todo proyecto en el cual desconoces como van a ser tus compañeros de batalla. Fue una conversación amena, llena de varias bromas para relajar el ambiente de aquel primer contacto, no fue muy larga pero suficiente como para saber que aquello era un buen comienzo. Ese encuentro terminó con una frase: Doña Celia, recuerde algo, en esta profesión hay un principio fundamental: Al papel y a la mujer hasta el culo le has de ver.

      Confieso que aquella frase me provocó una sonrisa, creo que más bien fue una carcajada, imagino que sería al escucharle utilizar el término “culo”, ciertamente me hizo gracia y en aquel momento no fui capaz de centrarme en el verdadero mensaje que se encontraba en la misma. Aquella carcajada me distrajo. Después, apartada de la sonrisa y en disposición de pensar sobre aquel “consejo”, lo entendí. Lo he llevado a la práctica hasta la fecha. Un “consejo” que me hizo sonreir y al mismo tiempo  me sirvió de pilar fundamental para esta profesión. Consejo, que por lo visto, irá pasando de generación a generación.  

Don Salvador es un Señor admirable, un ejemplo a seguir, un luchador. Posee  una memoria totalmente sorprendente, sabe perfectamente dónde están todos y cada uno de sus expedientes, de sus libros y de sus anotaciones, recuerda con total detalle y claridad todas y cada una de las anécdotas que esta profesión nos va dejando, le encanta contar chistes, además los cuenta muy bien, todo hay qué decirlo! es detallista mientras los cuenta y lo hace con total naturalidad. Ha sido y es uno de los abogados más reconocidos de la zona, con un gran prestigio, totalmente merecido dada su incansable dedicación a esta profesión, la cual, les aseguro  es totalmente agotadora. Ya no quedan abogados como él, estoy convencida de ello, y les aseguro, que a este país le hace falta abogados de la altura de Don Salvador pero por suerte para mí, y por desgracia para este país, sólo algunos hemos decidido seguir su ejemplo y prestarle nuestra más respetuosa admiración.

     Hay más, es todo un caballero, no le gusta que una Señorita levante peso, ni que pase detrás de él por una puerta: “Usted primero, Doña Celia”, me dice si nos disponemos a salir al mismo tiempo del despacho. Es un galán, ya lo dije antes, con una educación desorbitada. 

Me gusta cuando se acerca a mi despacho y comienza cualquier frase con: “Doña Celia”. Nadie me llama "Doña Celia", solo él, y por eso me gusta.  “Doña” me hace parecer mayor, pero cuando él lo dice, me hace sentir que le gusta mi manera de trabajar, que confía en mí, que está orgulloso de mí, y eso me gusta, me hace sentirme segura. Si ese “Doña” viene de Don Salvador me agrada.

Pero aún hay algo más, algo que Don Salvador nunca cuenta, algo que él es y que muy pocos lo saben, algo que yo les quiero contar por aquí, porque él no lo dice, pero yo quiero que lo sepan, hay mucho más, Don Salvador es un poeta, le gusta escribir, como a mí, pero pocos lo saben, le gusta expresarse a través de la narrativa, le gusta leer lo que escribe, en sus descansos, que el mismo gestiona, se mete en su despacho y se pone a leer,  y ¿saben algo? Es magnífica. Su narrativa es magnífica. Sus descripciones, su manera de encajar las palabras, los tiempos verbales, un punto, una coma…..Es fantástico.
Los que me conocen saben que hay un principio fundamental en la vida, en mi forma de ver la vida: El amor mueve el mundo. No creo que pueda sanarse una herida sin amor, o al menos, tardará más en hacerlo. El amor cura, el amor da fuerzas, les insisto: el amor mueve el mundo, lo he dicho siempre, y siempre lo diré. Es cierto que no puedo  andar por la vida diciéndole a la gente: “Oye, ¿sabes que el amor mueve el mundo? Rodéate de amor! Intenta ser agradecido! Sé amable! Da amor!”.

¿Se imaginan si hiciera algo así? La gente me tomaría por loca y no es conveniente que en esta profesión los clientes nos tomen por locos, estas cosas no se pueden andar contando sin más, como "Pedro por su casa", no se puede! que somos profesionales y nosotros somos muy serios! ¿no lo creen así? 

Ayer fue unos de esos días en los que Don Salvador se dirige a mí  y me dice:

- Doña Celia

- Dígame Don Salvador

- Me gustaría enseñarle algo y que me dijera con total objetividad qué le parece. No me diga que está bien sólo porque me tenga cariño, dígame qué le parece de verdad.

El simple hecho de que Don Salvador me pida opinión sobre algo tan suyo, tan personal, tan apreciado, me hace sentirme totalmente orgullosa y además responsable. Responsable en el sentido de tener que ser objetiva, que no es que me cueste serlo, normalmente lo soy, pero con las personas a las que les tengo un cierto grado (alto) de aprecio me requiere un mayor esfuerzo, no les voy a engañar, y que Don Salvador me pidiera esa objetividad,  pues, realmente, era algo que me exigía mayor nivel de concentración y sinceridad, pero así lo hice, como me lo había pedido, con total imparcialidad. 
Me entregó un papel, me puse a leerlo y conforme iba leyendo me enganchaba más la lectura de aquello, me pareció tan profundo, me recordó  el modo de narración del escritor Erich Fromm o incluso de Belén Copegui. Lo mejor de aquella lectura su última frase, sin duda aquella fue la más emotiva, la que le puso la sensacionalidad de todo aquello, la guinda del pastel, “la crem dela crem”: Sin amor la humanidad no podría existir.

¿Se imaginan mi cara cuando leí aquella última frase? Lo miré y le di mi opinión, la cual, ustedes pueden imaginar fácilmente tras todo lo relatado hasta ahora. En ese momento me di cuenta de algo maravilloso: dentro de aquel despacho convivían diariamente dos “picapleitos” enamorados de su trabajo y enamorados del amor. Dos locos que piensan que el amor mueve el mundo. Que no todos son leyes ni normas, que no todo son clientes, que no todo es lo que "vemos",  y eso hace que todavía sea más complaciente acudir al trabajo, saber que alguien como Don Salvador tiene la misma opinión que yo sobre “el amor” y mucho antes que yo, eso, todavía lo hace más (si se puede) admirable.
Don Salvador espero que pueda perdonarme por publicar algo tan personal sobre usted, pero creo que no sería justo que todos los que le admiran, como el gran abogado que es, no supieran que también es una grandísima persona que se esconde a escribir (como yo lo hago) y que cree en el amor. Gracias Don Salvador, siempre, gracias.


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