domingo, 21 de agosto de 2016

Verdad verdadera....

Refranes, de esos que lees y piensas: verdad verdadera, de esos que cuando eres niño no entiendes y te parecen absurdos pero cuando vas creciendo te parece más cierto que respirar, de esos que se transmiten de abuelos a nietos, de padres a hijos, de tía a sobrina,  de los que hoy os voy a hablar……

Amigo en la adversidad, amigo de verdad
Observo a mis sobrinos, esas pequeñas personitas tan felices, tan fáciles de provocar una sonrisa, con su enfados y su “perdón” espontáneo, con su lloriqueo y al segundo riendo y jugando juntos otra vez. Esa falta de maldad, de prejuicio, esa capacidad para olvidar lo que se hizo mal, lo que dolió o molestó, esa luz en sus ojos, esas  ganas por crecer, esa curiosidad, esa energía ….
Lo difícil, cuando atrás quedó esa niñez propia, es volver a perdonar y estar con esas personas que nos hicieron daño, lo difícil es olvidar, lo difícil es manejar la frustración, la decepción, el desengaño, lo difícil es seguir estando ahí sin que uno se sienta imbécil.
La vida te cruzará con personas, unas se mantendrán a tu lado, otras vendrán, estarán y se marcharán y otras pasarán de largo. Me gusta la gente clara, me gusta la gente que dice las cosas como las piensa, me gusta la gente que es consecuente con lo que habla, me gusta que sus palabras vayan al mismo ritmo que sus actos, que si ayer se dijo “digo” hoy se diga “digo”, aunque a la gente no le gusta la verdad, no le gusta que les digas lo que hicieron mal, a mí tampoco me gusta, pero lo acepto, porque todos nos equivocamos y es mejor que el error no los digan de frente y no de espalda, no les gusta que les indiques que algo te molesta o que duele, “les da dolor de cabeza” o “dolor de cuello”, es su manera de decir: “no quiero seguir hablando de esto”. La gente se excusa con: “es mi manera de ser”, se cobija en seguir a la mayoría, ¿por qué? Porque es más simple, es más rápido, hay que pensar menos, trabajar menos, no da dolor de cabeza, ni de cuello, lo hacen todos, como si de borregos se tratara, uno detrás de otro, sin personalidad, sin carácter, sin decisión, como si fueran máquinas, máquinas que acabarán enseñando eso mismo a sus descendientes, máquinas humanas sin principios ni moral.
Es triste, porque yo no quiero que mis sobrinos hagan eso, ni mis hijos, si algún día decido tenerlos, no quiero que no sepan escuchar, no quiero que busquen excusas para no asumir responsabilidades, no quiero que no sean consecuentes con lo que dicen o con lo que hacen, quiero que estén seguros de sí mismos, que sean capaces de decir los que les parece mal sin faltar al respeto, que sean capaces de alejarse de personas hipócritas, que sepan reconocer al instante esas personas manipuladoras que hoy te gritan y mañana te abrazan, que hoy te escupen y mañana te piden perdón, que hoy te quieren como amigo pero ni mañana ni pasado sacarían la cara por ti. No olviden aquel refrán: cuídate del amigo que antes fue enemigo.
Quiero que aprendan a seguir adelante sin ayuda de nadie, que el sentido del ridículo sea lo que menos le importen, que sepan respetar y se queden junto a los que les respeten, y lo más importante: que aprendan a respetarse. Que aprendan a amarse como nadie les va a amar, que aprendan a no separarse de sus principios, que no critiquen a alguien a quien les llaman amigo, no a la espalda, mejor a la cara, para que ese amigo sepa de su opinión, para que ese amigo pueda defenderse, para que ese amigo vea que eso mismo es lo que se espera de él,  no le metas el dedo en el ojo cuando no está y luego le brindes  una sonrisa, porque ese desprecio, ese engaño se lo estarían haciendo a ellos mismos, y no quiero que se desprecien, no quiero que se engañen, no quiero que se llenen de hipocresía, quiero que sean verdaderos, sinceros, aunque salga caro.
Esto no los llenará de muchos amigos, es cierto, pero les llenará de amigos verdaderos, amigos que serán admirados y admiradores, amigos reales, amigos que sacarán la cara por ellos, y  por los que sacarán la cara, amigos para toda una vida, amigos “de verdad”, no de esos con los que te vas a tomar una caña, no, no, de esos no, de esos tendrán muchos! Yo me refiero a esos  que saben cuándo sufres, esos amigos que aunque pase el tiempo estarán ahí, de esos por los que sacarás los dientes, de esos que sacarán las garras por ti, de esos por los que hoy sí y mañana también, por los que das y recibes, por los que recibes y das, por las sonrisas verdaderas, por los secretos bien guardados, por las lágrimas a solas, por los que se encuentran lejos y se echan de menos, mucho de menos, muchísimo.
No quiero que se conviertan en esa sociedad sin principios, sin respeto, sin empatía, sin valores, en esa sociedad donde solo existe el “yo”, donde no importa lo que a los demás les suceda si no le sucede a uno mismo, dónde no importa la guerra del vecino si la guerra no está en su propia casa, no quiero que se acostumbren a mirar hacia otro lado, no quiero que acaben siendo ese tipo de monstruos que no empatizan y se dan la vuelta ante el sufrimiento de los demás, no quiero que no luchen por lo que es justo. No quiero que sólo busquen amigos en la alegría, ni en la desgracia, si no en ambos, que encuentren amigos donde las risas sean sinceras, donde sea toda una terapia, donde los problemas sea la excusa para que entre todos se “planifique con gran astucia el plan perfecto para la solución”, que el problema sea motivo de reunión y que el éxito sea motivo de celebración, en ambos supuestos, siempre en ambos. 

Quiero que sean felices, quiero que nada les haga daño, quiero que aprendan y sepan que la seguridad en sí mismo es la clave de la felicidad, que no se dejen guiar por nadie, que tengan personalidad, fuerte, segura, que no importa lo que los demás hagan, que no importan las decepciones, que no pierdan el sentido del humor, que no importan que no sigan su camino, que luchen por lo que creen, que avancen por todos y cada uno de sus sueños, que se apoyen el uno al otro, que sean capaces de generar vínculos especiales,  y que sean capaces de apartar a todas y cada una de esas personas que nada aportan.
Por esos amigos que se encuentran en el colegio, en la universidad, en el trabajo, en la vida.
Por los más pequeños que no saben de principios, de moral, por ellos, por su futuro, por el legado que les dejamos.
Porque los amigos se cuentan dos veces: en las buenas a ver cuántos son y en las malas a ver cuántos quedan. Quiero que vosotros seáis de los que se quedan.


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