domingo, 18 de septiembre de 2016

Lo esencial es invisible a los ojos

Cuando era pequeña descubrí un pequeño príncipe que me ha estado acompañando durante todo este tiempo. La primera vez que me lo presentaron fue en clase de Lenguaje, una asignatura que por aquella época dábamos en la EGB. Era un fragmento  que hablaba sobre la amistad. Un niño rubio,  con pelo rizado y vestido como un príncipe hablaba con un zorro. La tarea consistía en hacer una pequeña redacción sobre aquella conversación y el mensaje que aquel fragmento quería transmitir.  Quedé maravillada con aquella imagen, aquel dibujo, por aquel entonces no entendí muy bien el mensaje que escondía aquella pequeña historia, con los años lo entendí perfectamente.
A partir de ese momento empecé a interesarme por ese niño, por “El Principito”. Comencé a comprar aquel libro en cualquier tipo de formato, en francés, en desplegable, acabé realizando una colección formada por sus personajes, sus lecciones, y sus mensajes. Sabía que existía una película basada en dicha obra, una película del año 1974 y además uno de los protagonistas (hace el papel de zorro) era el mismísimo Gene Wilder, fallecido recientemente y al cual admiro en la misma medida. En la película “El Jovencito Frankenstein”, la cual conservo como oro en paño,  me dejó risas más que suficientes para triplicar mis niveles de serotonina. En momentos tristes no necesité ninguna tableta de chocolate, sólo necesité a Gene Wilder.
Lo cierto es que la calidad de aquella película, la del principito en el año 1974, era la de la época, no dejaba de contar la historia de aquel pequeño príncipe, pero siempre fue más deseable el libro, siempre fue mejor que mi imaginación creara los personajes, los momentos y los silencios.
Poco a poco descubrí que no era “única en mi especie” y que existían millones y millones de seguidores de “El Principito”. Eso me dejaba mucho más tranquila, significaba que éramos muchos los que nos hemos convertido en adultos cogidos de la mano de aquel pequeño príncipe, y eso, lo crean o no, es un gran alivio para la sociedad en la que nos desenvolvemos actualmente.  
Ayer, tras una larga semana de trabajo y bajo la insistencia de mi mejor amigo y compañero, paciente donde no los hay y punto fundamental de apoyo en mi vida,  decidí darme un merecido descanso, al menos durante dos horas, acompañada de él  y que mejor que acudir al estreno de la nueva película de “El Principito”, una película basada en tan magnífica obra pero que al mismo tiempo contaba una historia paralela de una madre y su hija.
Quizás a ustedes les parezca absurdo, pero los nervios me invadían, era como una “primera cita” llena de ilusión y de ganas pero sin saber lo que una se va a encontrar en realidad. Tomé asiento, respiré y dije: allá vamos.
He de decirles que estuve llorando desde el minuto uno de la película. En aquel momento en el que escuchaba a alguien contar en voz alta la historia de la boa, el elefante y el sombrero. Tenía aquellas frases totalmente memorizadas en mi cabeza, así que yo las iba diciendo al mismo tiempo que se contaba la historia, y aquello me emocionó. Sentir que todo lo que había estado durante tantos años en mi cabeza, en mi fantasía, como si de un tesoro se tratara, había tomado forma, estaba frente a mis ojos y alguien, en voz alta, decía esas palabras que yo tenía guardadas durante tantos años dentro de mí, asentadas en mi imaginación, no sé cómo describir aquello exactamente. Esa sensación pude disfrutarla en todos y cada uno de los fragmentos adaptados en la película. Ni qué decir tiene cuando apareció en pantalla aquel pequeño niño, con sus rizos y su traje azul, aquel niño que tanto me ha enseñado en la vida y que estoy convencida que sin su lectura jamás habría tenido muchos de los principios que tengo hoy, la emoción me invadía en cada minuto. Aquella sensación era única. Es como cuando has estado preparando un examen, el último de la carrera y el único que sabe el esfuerzo invertido en él es uno mismo, y llegas agotado y exhausto con la esperanza y confianza de que se va a superar, y finalmente se supera y uno llora de emoción o de agotamiento, no se sabe muy bien. Era una sensación parecida, lloraba de emoción y de agotamiento por todo el tiempo que había estado esperando a que aquellas imágenes pudiera percibirlas (también) a través de mis ojos. Estaba enamorada de “El Principito” y  salí enamorada de aquella película.
Las “cosas” de la vida que a uno le resultan hasta curiosas. La historia paralela de la que les hablaba trata de una madre obsesiva y controladora. Dedicada a su trabajo al 100%. Una mujer que lo tiene todo perfectamente organizado y que se ha empeñado en que su hija, con tan solo ocho años, debe de entrar en una de las mejores academias de la localidad, lo que hace que la pequeña tenga controlada las 24 horas del día, en cuanto a tareas se refiere. Tiene sincronizado hasta el tiempo del desayuno.  Lo cierto es que al ver a aquella madre, me vi reflejada. Me dí cuenta que yo también invertía prácticamente el 100% de mi tiempo en el trabajo y que descuidaba lo más importante: mi familia.
Cuánto más me fijaba en la actitud de aquel personaje, más reflejada me sentía y aquello me horrorizaba de forma gigantesca. Me giré hacia mi marido (ya les he comentado que mi marido tiene una paciencia infinita y me acompañó a ver aquella película) y le dije: Cariño, esa soy yo, es horrible. Él me miró y asintió con los ojos como diciendo: lo sé, pero te quiero igual.
Y una vez más queridos lectores, El Principito me dio una nueva lección. No quiero ser “esa madre”, no quiero ser ese tipo de adulto. No lo voy a ser.
No sé si han leído el libro, les aconsejo que si deciden ir a ver la película no lo hagan sin darle una lectura o no terminarán de entender algunas de las imágenes o alguno de los mensajes. Personalmente creo que es una película para adultos, creo que es la película para todos los adultos que conocieron al Principito cuando eran niños y ahora quieren verlo en pantalla, porque desde que lo conocieron no pudieron olvidarlo, creo que es imposible que un niño de 8 años realmente entienda el mensaje de la película, creo que un adulto que no haya leído “El principito” jamás podrá entender verdaderamente ese mensaje, es fundamental tener un conocimiento previo de todos los personajes,  pero también creo que es la película idónea para que un niño de 8 años comience a interesarse sobre el libro y haga que forme parte de su vida, porque, sinceramente, creo que todos los niños deben de llegar a adultos con este libro bajo el brazo.

Estuve llorando durante todo lo que duró la película, lloré cuando apareció el hombre de negocios, los baobabs, el rey, la rosa, cuando el principito decía las frases más conocidas del libro, cuando la madre pareció entender qué era “lo esencial” de la vida, aquella frase que me tocó el alma: “serás un gran adulto”. Esos mensajes que  demuestran que, efectivamente, lo esencial es invisible a los ojos.
No tengo niños, me refiero a tener hijos propios, pero estoy rodeada de ellos, mis sobrin@s, los hij@s de mis amig@s y me resulta muy gracioso cuando alguno de esos "enanos" se suelta una de esas frases que te quedas pensando ¿de dónde habrá sacado eso? Y entonces escuchas a la madre o al padre de la criatura decir: ¿tú te crees las cosas que dice? Es que tiene una memoria, es super- inteligente! Y yo todavía me río más. No, no es eso, lo que pasa es que los niños son mil veces más ingeniosos que los adultos y por eso nos parecen tan sorprendentes, el problema es que cuando nos hacemos adultos se nos olvida ese ingenio, por eso a los padres les parece tan asombroso, porque esos padres, convertidos ahora en adultos, han olvidado el ingenio que ellos tenían cuando eran niños y creen que sus hijos son unos superdotados por tener lo que ellos ya tuvieron pero han olvidado. De ahí que lo importante es no olvidar.
No olviden nunca a ese niño que fueron, y recuerden que lo esencial, lo realmente valioso sólo puede verse con el corazón.


No hay comentarios:

Publicar un comentario