Cuando era
pequeña descubrí un pequeño príncipe que me ha estado acompañando durante todo
este tiempo. La primera vez que me lo presentaron fue en clase de Lenguaje, una
asignatura que por aquella época dábamos en la EGB. Era un fragmento que hablaba sobre la amistad. Un niño rubio, con pelo rizado y vestido como un príncipe hablaba
con un zorro. La tarea consistía en hacer una pequeña redacción sobre aquella
conversación y el mensaje que aquel fragmento quería transmitir. Quedé maravillada con aquella imagen, aquel
dibujo, por aquel entonces no entendí muy bien el mensaje que escondía aquella
pequeña historia, con los años lo entendí perfectamente.
A partir de
ese momento empecé a interesarme por ese niño, por “El Principito”. Comencé a
comprar aquel libro en cualquier tipo de formato, en francés, en desplegable,
acabé realizando una colección formada por sus personajes, sus lecciones, y sus
mensajes. Sabía que existía una película basada en dicha obra, una película del
año 1974 y además uno de los protagonistas (hace el papel de zorro) era el
mismísimo Gene Wilder, fallecido recientemente y al cual admiro en la misma
medida. En la película “El Jovencito Frankenstein”, la cual conservo como oro
en paño, me dejó risas más que
suficientes para triplicar mis niveles de serotonina. En momentos tristes no
necesité ninguna tableta de chocolate, sólo necesité a Gene Wilder.
Lo cierto
es que la calidad de aquella película, la del principito en el año 1974, era la
de la época, no dejaba de contar la historia de aquel pequeño príncipe, pero
siempre fue más deseable el libro, siempre fue mejor que mi imaginación creara
los personajes, los momentos y los silencios.
Poco a poco
descubrí que no era “única en mi especie” y que existían millones y millones de
seguidores de “El Principito”. Eso me dejaba mucho más tranquila, significaba
que éramos muchos los que nos hemos convertido en adultos cogidos de la mano de
aquel pequeño príncipe, y eso, lo crean o no, es un gran alivio para la
sociedad en la que nos desenvolvemos actualmente.
Ayer, tras
una larga semana de trabajo y bajo la insistencia de mi mejor amigo y compañero, paciente donde no los hay y punto fundamental de apoyo en mi vida, decidí darme un merecido descanso, al menos durante dos horas, acompañada de él y que mejor que
acudir al estreno de la nueva película de “El Principito”, una película basada
en tan magnífica obra pero que al mismo tiempo contaba una historia paralela de
una madre y su hija.
Quizás a
ustedes les parezca absurdo, pero los nervios me invadían, era como una “primera
cita” llena de ilusión y de ganas pero sin saber lo que una se va a encontrar
en realidad. Tomé asiento, respiré y dije: allá vamos.
He de
decirles que estuve llorando desde el minuto uno de la película. En aquel
momento en el que escuchaba a alguien contar en voz alta la historia de la boa,
el elefante y el sombrero. Tenía aquellas frases totalmente memorizadas en mi
cabeza, así que yo las iba diciendo al mismo tiempo que se contaba la historia,
y aquello me emocionó. Sentir que todo lo que había estado durante tantos años
en mi cabeza, en mi fantasía, como si de un tesoro se tratara, había tomado
forma, estaba frente a mis ojos y alguien, en voz alta, decía esas palabras que
yo tenía guardadas durante tantos años dentro de mí, asentadas en mi
imaginación, no sé cómo describir aquello exactamente. Esa sensación pude
disfrutarla en todos y cada uno de los fragmentos adaptados en la película. Ni
qué decir tiene cuando apareció en pantalla aquel pequeño niño, con sus rizos y
su traje azul, aquel niño que tanto me ha enseñado en la vida y que estoy
convencida que sin su lectura jamás habría tenido muchos de los principios que
tengo hoy, la emoción me invadía en cada minuto. Aquella sensación era única.
Es como cuando has estado preparando un examen, el último de la carrera y el
único que sabe el esfuerzo invertido en él es uno mismo, y llegas agotado y
exhausto con la esperanza y confianza de que se va a superar, y finalmente se
supera y uno llora de emoción o de agotamiento, no se sabe muy bien. Era una
sensación parecida, lloraba de emoción y de agotamiento por todo el tiempo que
había estado esperando a que aquellas imágenes pudiera percibirlas (también) a
través de mis ojos. Estaba enamorada de “El Principito” y salí enamorada de aquella película.
Las “cosas”
de la vida que a uno le resultan hasta curiosas. La historia paralela de la que
les hablaba trata de una madre obsesiva y controladora. Dedicada a su trabajo
al 100%. Una mujer que lo tiene todo perfectamente organizado y que se ha
empeñado en que su hija, con tan solo ocho años, debe de entrar en una de las
mejores academias de la localidad, lo que hace que la pequeña tenga controlada
las 24 horas del día, en cuanto a tareas se refiere. Tiene sincronizado hasta
el tiempo del desayuno. Lo cierto es que
al ver a aquella madre, me vi reflejada. Me dí cuenta que yo también invertía
prácticamente el 100% de mi tiempo en el trabajo y que descuidaba lo más
importante: mi familia.
Cuánto más
me fijaba en la actitud de aquel personaje, más reflejada me sentía y aquello me
horrorizaba de forma gigantesca. Me giré hacia mi marido (ya les he comentado que mi marido tiene una
paciencia infinita y me acompañó a ver aquella película) y le dije: Cariño, esa
soy yo, es horrible. Él me miró y asintió con los ojos como diciendo: lo sé,
pero te quiero igual.
Y una vez
más queridos lectores, El Principito me dio una nueva lección. No quiero ser “esa
madre”, no quiero ser ese tipo de adulto. No lo voy a ser.
No sé si
han leído el libro, les aconsejo que si deciden ir a ver la película no lo
hagan sin darle una lectura o no terminarán de entender algunas de las imágenes
o alguno de los mensajes. Personalmente creo que es una película para adultos,
creo que es la película para todos los adultos que conocieron al Principito
cuando eran niños y ahora quieren verlo en pantalla, porque desde que lo
conocieron no pudieron olvidarlo, creo que es imposible que un niño de 8 años
realmente entienda el mensaje de la película, creo que un adulto que no haya
leído “El principito” jamás podrá entender verdaderamente ese mensaje, es
fundamental tener un conocimiento previo de todos los personajes, pero también creo que es la película idónea
para que un niño de 8 años comience a interesarse sobre el libro y haga que
forme parte de su vida, porque, sinceramente, creo que todos los niños deben de
llegar a adultos con este libro bajo el brazo.
Estuve
llorando durante todo lo que duró la película, lloré cuando apareció el hombre
de negocios, los baobabs, el rey, la rosa, cuando el principito decía las
frases más conocidas del libro, cuando la madre pareció entender qué era “lo
esencial” de la vida, aquella frase que me tocó el alma: “serás un gran adulto”.
Esos mensajes que demuestran que,
efectivamente, lo esencial es invisible a los ojos.
No tengo
niños, me refiero a tener hijos propios, pero estoy rodeada de ellos, mis
sobrin@s, los hij@s de mis amig@s y me resulta muy gracioso cuando alguno de
esos "enanos" se suelta una de esas frases que te quedas pensando ¿de dónde habrá
sacado eso? Y entonces escuchas a la madre o al padre de la criatura decir: ¿tú
te crees las cosas que dice? Es que tiene una memoria, es super- inteligente! Y
yo todavía me río más. No, no es eso, lo que pasa es que los niños son mil
veces más ingeniosos que los adultos y por eso nos parecen tan sorprendentes,
el problema es que cuando nos hacemos adultos se nos olvida ese ingenio, por
eso a los padres les parece tan asombroso, porque esos padres, convertidos
ahora en adultos, han olvidado el ingenio que ellos tenían cuando eran niños y
creen que sus hijos son unos superdotados por tener lo que ellos ya tuvieron
pero han olvidado. De ahí que lo importante es no olvidar.
No olviden
nunca a ese niño que fueron, y recuerden que lo esencial, lo realmente valioso
sólo puede verse con el corazón.
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