Estando cerca del 8 de marzo, Día internacional de la mujer (trabajadora
o no), me pregunto si muchas de las mujeres que hacen este llamamiento son
conocedoras del por qué este día. Lamentablemente me hago esa pregunta, más de lo que debiera, y ello como consecuencia de la evidente ignorancia existente en
esta sociedad cada vez más latente, sobretodo entre nuestros jóvenes (o jóvenas, como prefieran). Mujeres que se manifiestan por algo que ni tan siquiera conocen. Nos encontramos ante una sociedad feminista que no termina de distinguir la igualdad de la
superioridad.
Miren ustedes, el hombre y la mujer, genéticamente son
distintos y eso es una evidencia. Esa distinción no otorga a ninguno de ellos
unos derechos por encima del otro, ni a uno, ni a otro. Eso es lo que se
denomina igualdad, a pesar de esa diferencia “física” no procede ningún requisito que justifique una desigualdad en derechos.
Muchas de las “feministas” que vemos cada día, en televisión,
en redes sociales, ni tan siquiera saben la historia del 8 de marzo, de su influencia por parte de la ONU, del incendio en Nueva York, de las trabajadoras del textil, o como eventos más cercanos (en tiempo y en tierra), mujeres que han pertenecido a nuestra historia, a la historia de las mujeres españolas, como fueron Mercedes Formica, Clara
Campoamor o Victoria Kent. Todas ellas con una característica en común: el respeto.
Estamos ante una corriente feminista en la que, a pesar de
ser mujer, si la ideología política no coincide con la seguida por esta corriente, los
derechos “como mujer” quedan en la nada, se esfuman, y entonces eres una "facha". Y es que, parece ser (para algunas) que los derechos de las mujeres son distintos dependiendo del color que más te guste. A mí, personalmente, el lila era un color que adoraba hasta hace unos años. Por lo tanto,
actualmente, este movimiento se encuentra muy lejos de lo que antaño era, en esa lucha por la igualdad, por la igualdad entre hombres y mujeres. Lo crean o no, este
tipo de movimientos, los actuales, lo único que están haciendo es una involución. Dicho sea desde mi humilde opinión que no vale más (ni menos) que cualquier otra. Estoy
convencida de que si Mercedes, Clara o Victoria levantaran la cabeza, la
volverían a bajar.
El 18 de diciembre de 1953, un periódico alemán atendía el siguiente
titular:
“Lucha la abogada de 40 años de edad, Mercedes Formica, la
que pide la igualdad en el Derecho Matrimonial. Hoy tienen que abandonar las
mujeres españolas sus hogares y sus hijos cuando se separan. Una disposición
que la señora Formica marca a hierro candente y considera injusta"
Quizás muchas de las mujeres, que hoy se proclaman
feministas, desconozcan que en aquella época, si la mujer se separaba, era el
marido el que decidía donde iba a vivir. El marido elegía un lugar en concreto
o un convento, sin ningún tipo de bien, mueble o inmueble, y con restricciones
para poder ver a sus hijos. El adulterio era algo que sólo podían cometer los
hombres, y de hacerlo una mujer era gravemente castigado. Si la mujer heredaba era porque el marido le autorizaba para ello. No gestionaba ni manejaba nada de dinero y determinadas profesiones no eran para mujeres.
Formica era una abogada que se encontró ante un caso en el que tuvo que defender a una mujer que tras recibir 17 cuchilladas de su marido sólo tenía dos opciones, o bien seguía conviviendo con aquella persona que había intentado asesinarla o bien se separaba, pero al hacerlo era posible que su marido la mandara a un lugar poco agradable y muy lejos de su familia, con una mano delante y otra detrás. Me imagino a Formica a la perfección: esto no se puede consentir. Y aquí comenzó su andadura, sola, repito SOLA, (porque la Sección
feminista de la época no la apoyaba) para cambiar el código civil que data del año 1889. Fue gracias a ella que hoy podamos decir “domicilio conyugal” (antes se denominaba “casa del
marido”), entre otras muchas cosas que consiguió cambiar del dichoso código. Pero fíjense, que esta
mujer, por tener una ideología política (falangista, de Primo de Rivera) no
casa con la ideología de muchas de las corrientes feministas actuales, y por eso no se la nombra, se ha
quedado en el olvido, e incluso se han “inventado” argumentos sobre ella con la
intención de desacreditar su lucha. Hasta hace no mucho (en el 2015) se procedió a quitar su busto, el cual se encontraba en su ciudad natal, por esa ideología política a la que pertenecía. Una decisión tomada por parte del partido de izquierda al frente del gobierno local.
Formica tenía una ideología política
determinada, la suya, nos guste más o menos, pero también tenía otra cosa:
respeto hacia las que no la seguían.
Victoria Kent fue una ilustre abogada que si bien estuvo al
frente de varias asociaciones de mujeres, y compartía ideales feministas, se
opuso al sufragio femenino. Entendió, en aquel momento, que aquello de que la
mujer pudiera votar no era posible como consecuencia de su poca preparación social
y política. En pocas palabras vino a decir que la falta de cultura de la mujer,
como consecuencia de estar destinada a una vida “en casa” y la influencia católica, no daba lugar a que su opinión fuera tenida en cuenta. Victoria era
de izquierdas, entendía que la influencia de la iglesia en las mujeres daría
lugar a que ganase “la derecha” por lo que su voto, solo podría perjudicar los
intereses y necesidades de la “izquierda”. Victoria era de izquierdas. Sí, de
izquierdas, alguien de izquierdas vetando el voto femenino por puro interés político y con un único fin: que en las
elecciones no ganara la derecha. Victoria Kent fue reconocida por muchísimas otras cosas que nos acercó a la igualdad, y en el tema de prisiones, en consideración a los derechos de los internos, fue pionera.
Clara Campoamor, tuvo un gran debate con Victoria Kent por
aquello del sufragio femenino. Además fue algo muy conocido y se hicieron
burlas sobre ello: “sólo dos mujeres hay en la Cámara, y ni por casualidad
están de acuerdo”. Sobre este aspecto, las mujeres hemos recibido muchas burlas pues siempre se ha dicho que no nos apoyamos entre nosotras mismas y que la envidia nos puede. Me gustaría argumentar que esto no es así, pero no puedo hacerlo, les estaría mintiendo, pues yo misma he sufrido (y sufro) en mis propias carnes, insultos, humillaciones y amenazas por luchar por la igualdad y esas amenazas no me han venido nunca de un hombre, todas, absolutamente todas, me han venido de mujeres con ideologías extremas y que se dan golpes de pecho por su lucha en el feminismo. Fíjense de lo chocante
de la política y es que Clara, diputada del Partido Radical, tuvo que asimilar que su propio partido (a excepción de cuatro compañeros) votara en contra del sufragio femenino. Ya podéis
imaginar la cara de Campoamor cuando posteriormente intentó unirse a
izquierda Republicana se le denegó por ser “la abogada que había conseguido el
voto de las mujeres”. Conseguir el voto de la mujer fue su cruz de por vida, ni sus propios compañeros de ideología política la apoyaron. Clara publicó el libro: Mi pecado mortal. El voto
femenino y yo.
Victoria y Clara, ambas feministas pero con pensamientos
distintos sobre cómo llevar a cabo esa igualdad. Ambas también tenían algo en
común con Formica: el respeto.
El día de la mujer no debería de estar considerado como una
fecha para “festejar”, ya que en realidad estamos celebrando acontecimientos
tristes e importantes en la lucha por la igualdad de derechos. Repito, por la
igualdad de derechos, no por la superioridad de derechos. La mayoría de las
mujeres que lucharon por ello terminaron en el exilio, por no decir todas, y la
mayoría de la izquierda no quería que la mujer entrara en política porque
aquello dejaba muy abierta la puerta para la derecha, y ello, en la errónea creencia por parte de la
izquierda que pensaba que las mujeres no tenían decisión propia. Ese día no es para felicitar a la mujer por
ser “mujer”, algo que no se elige, ya que es aleatorio por aquello de los
cromosomas, es un día para hacer lo que cada uno considere que debe de hacer. Por eso cada una que lo celebre como se le antoje, o bien trabajando, porque mucho nos ha costado, a las mujeres, acceder
a determinados puestos de trabajo, o bien acudiendo a la huelga, porque mucho nos ha
costado, a las mujeres, alcanzar la igualdad que hoy tenemos, se haga lo que se
haga, igual de respetable es.
Señoras mías, lo del lenguaje inclusivo está muy bien, pero
que conozcan la historia está mucho mejor. Deberían de saber que “quién no
conoce la historia, está condenada a repetirla”. No nos hagan volver a pasar
por todo lo que nuestras tatarabuelas, abuelas y madres tuvieron que pasar,
para que hoy, nosotras, tengamos lo que tengamos. Por favor, “no la caguen”, que
bastante nos ha costado.
Si no se quieren depilar, libres son de su aseo
personal. Si quieren ir por la calle con bragas en la cabeza o sin compresas
en los días de menstruación, libres son, insisto, de su aseo personal. Si quieren
ver al “hombre” como el más horrible de los seres vivientes conocidos, me veo en la obligación de recordarles algo, en concreto sobre este tema, y que igual muchas de ustedes no saben: la Ley de divorcio de 1981 fue aprobada
gracias a “hombres” como Adolfo Suárez que la defendió con uñas y dientes y gracias a
esa Ley la mujer obtuvo una igualdad de la que estábamos privadas con
anterioridad. "No podemos impedir que los matrimonios se rompan pero sí
podemos impedir el sufrimiento de los matrimonios rotos", dijo el ministro de Justicia Francisco
Fernández Ordoñez, en aquel entonces. Y ahí está, la ley más progresista de la
época, impulsada por hombres y que encaminó la igualdad entre ambos sexos.
Libres son y libres somos,
de nuestras opiniones y reflexiones, pero por favor, respetemos las de
las demás, sigamos luchando por una
igualdad, mucho más cercana que hace 50 años, de una forma distinta a como lo hacen
ustedes, y se hacía entonces, sin ideología política, por favor, porque para luchar por una igualdad
no necesitamos las mismas ideas, necesitamos el mismo respeto.
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