No es que no hubiera querido estar aquel día, no, no es eso,
es que ese día no debía de estar, de haberlo hecho, hoy no estaría aquí, me
refiero a que ese día andaba yo con muñecas y tú experimentado todo lo nuevo
que te trae un primer amor. Me hubiera encantado ser la primera en recibir ese
primer “te quiero” que fuiste capaz de dedicar, o coger tu mano en ese primer paseo, la primera
en poder rozar tus labios, pero no fue así, ya lo he dicho, y no lo fue porque
entonces hoy no sería lo que es, y prefiero que sea hoy, aquí y ahora, a que sea
ayer, allí y pasado. Y no es que me ande con un juego de palabras, en realidad
lo que quiero contarte es que el no haber estado en esa primera vez es lo que
ha hecho que hoy esté contándote esta historia, la historia de dos personas que
decidieron explorar caminos totalmente distintos, no dejándose llevar por las
normas que imponía la sociedad, sin ataduras, con ideas claras, dos personas
esperando esa “casualidad” a la cual yo le he puesto tu nombre, y quizás tú,
le hayas puesto el mío.
No hicimos caso de esos momentos en que el resto te
decía cuándo había que comprar un coche, una casa, contraer matrimonio y formar
una familia, nosotros decidimos “pasar” de todo aquello y seguir nuestras
ilusiones, nuestras metas, lo que nos hizo felices, y fue en un punto en
concreto donde nos cruzamos, nos miramos, y quiero recordar que en aquel
instante no nos prestamos atención, yo andaba con lo mío, tú cargabas con lo
tuyo, e insisto, en aquel momento
seguimos confiando en nuestra “razón” y pasamos de largo, tú de mí y yo de ti.
Pero como quiera que lo que es “es” y lo
que no es “no es” ya pudimos coger distintos caminos y correr, andar con
nuestra metodología, que al final, y tras dar varias vueltas, volvimos a
coincidir en otros puntos concretos donde igualmente pasamos desapercibidos, no
fuimos más que dos personas que se cruzan al andar, sin atención alguna, hasta
que un invierno, uno de esos días de celebración familiar, de esos días consumistas que seguramente lo crearon
grandes empresarios dedicados a vender productos que no necesitamos pero compramos,
tú “pensaste” en mí, o al menos así lo imagino, y ese pensamiento se convirtió
en palabras enviadas de forma tecnológica que recibí, sonreí, te recordé, agité
la cabeza en el intento de evadir tu presencia imaginada y no contesté.
Pero ya no pude. No tenía tiempo de pensarte,
nunca tengo tiempo de nada, mi tiempo es mío, y es para lo cotidiano, para el
trabajo, nada de cursiladas ni de amores pasajeros, que ya tenemos una edad
donde se sabe lo que se sabe y se hace lo que se hace. Pero no pude. Y en el
resto de ocasiones en las que tuvimos que cruzarnos ya no pasaste
desapercibido, yo disfrutaba prestándote atención, disfrutaba examinando cada
uno de tus gestos, me gustaba oírte, y como quiera que creía haber olvidado a
sonreir, de pronto me encontraba con una sonrisa provocada por el mero recuerdo
de la tuya. Me asusté, claro que lo hice, pero siendo que el miedo sólo se le
tiene a lo desconocido llegué a la conclusión de que ese temor desaparecería en
el momento en el que conociese lo que tanto me atemorizaba, quizás aquello
fuera la solución para tal pánico. Y como el que no quiere la cosa comencé a
meterme en “sensaciones quinceañeras” que me provocaban vergüenza en los
momentos en que realizaba un repaso de cómo había ido el día. No lo pude
evitar. Ya estaba atrapada. Y entonces nos volvimos a cruzar. Yo ya andaba con más
de lo mío y tú ya no cargabas con lo tuyo. Intercambiamos palabras, manteniendo
la compostura, tú para que supiera que eras un caballero, yo para demostrarte
que era una señorita, y entre composturas y demostraciones terminamos
entregándonos, como si de dos adolescentes en su primer amor se tratara. Por
eso, no es que no hubiera querido estar aquel día, es que no lo cambio por el
de hoy, mi vida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario