martes, 15 de marzo de 2016

No se olvide del amor de madre

El primer amor que recibimos en la vida es el amor de madre, sí, porque es en ella donde comienza nuestra existencia. Agatha Christie dijo: El amor de madre por un hijo no se puede comparar con ninguna otra cosa en el mundo. No conoce ley ni piedad, se atreve a todo y aplasta cuanto se le opone. Sabía muy bien de lo que hablaba. Habrá algo más grande que el amor de una madre?, y digo de una madre porque es ella la que me ha inspirado a contar esta historia...
Muchos de nosotros tenemos trabajos que nos acercan día a día a lo triste y cruel de la vida, a lo verdaderamente humano, a lo real. Esa cercanía hace que tengamos los pies sobre la tierra y que cosas estúpidas y materiales no tengan sentido a nuestro alrededor,  hay tantas cosas pendientes de trabajar y conseguir, que  se  encuentran más allá de todo lo que puede alcanzarse con dinero. Muchos lo desconocen, otros, sin embargo, sabemos que la vida es algo más que contar billetes.
Me acerqué a hacer una consulta y ella estaba allí. Sentada, esperando que alguien le atendiera. Es un ciudadano más, alguien que viene a solicitar ayuda. Pero es un ciudadano, le toca esperar. Nosotros tenemos privilegios y entramos sin preguntar, hacemos y pedimos lo que necesitamos y nos vamos. Nosotros somos los profesionales. Cuando eres el profesional no hace falta que lleves número, ni pasar por el detector de metales, ni esperar. El ciudadano es justo lo contrario. La vi. Me provocó ternura. Estaba sentada frente a la mesa principal de la Sala. Llevaba una falda por debajo de la rodilla, de color oscuro,  una falda que seguramente podría contar muchas historias. Debajo de ella se veían unos leotardos negros, o quizás fueran unos calcetines altos, no pude apreciarlo muy bien, sus pies estaban cubiertos por unos zapatos negros, muy viejos, uno de ellos, el izquierdo tenía un agujero justo a la altura de la uña del dedo gordo. Vestía una chaqueta de lana, vieja también, con un pañuelo al cuello, de colores oscuros. Sus manos denotaban el paso de los años, estaban muy arrugadas y castigadas. Una tirita cruzaba la parte convexa de la mano derecha. En la otra mano portaba una bolsa de tela verde, dentro de ella estaban los papeles que necesitaba que le vieran para poder ayudarla. Yo andaba por allí haciendo un par de fotocopias. Aprovechando mi presencia, la chica que atiende, me pregunta sobre un tema legal, es por  la Señora, para poder ayudarla, asesorarle un poco en su desesperación. Me giro y veo su expresión. Aquella Señora, que pedía ayuda en silencio. Tenía los ojos claros, era muy delgada, su pelo era largo y gris, lo llevaba recogido, con una goma y unos alfileres mantenían alguno de los posibles mechones que pudieran caerse. La piel de su cara estaba arrugada, muy arrugada, daba la sensación de que había trabajado durante muchos años, y seguía haciéndolo.  Seguía sentada. Esperando a que le dieran turno para poder hablar. Su hijo estaba en la cárcel, me contaba, y él no podía estar allí porque tenía que comer y si no comía bien se ponía enfermo, porque él necesitaba merendar, porque si no lo hace se pone enfermo y allí no lo saben, ella tiene que hablar con el abogado, para que le dejen llevarle la merienda, el almuerzo, a su hijo, está lejos, pero ella coge el autobús y llega a tiempo, pero su hijo tiene que comer, si no come: enferma.  Su hijo es un buen niño, él no ha robado ni ha matado, sólo es que firmó un papel y ese papel le ha llevado a ese sitio y ella se lo dijo, que no firmara que eso no traía nada bueno, y él necesita comer, se pone enfermo si no come, y ella sabe lo que necesita, ella lo cuida. Él es muy bueno, pero le toman el pelo, todo se lo cree, por eso firmó, y mira que ella se lo dijo veces. Es su hijo, su niño pequeño, él tiene que comer en casa y luego que se lo lleven dónde se lo tengan que llevar, si ha hecho algo malo que lo pague, por firmar un papel! Pero si no come, se pone muy enfermo.  La observo, la escucho atentamente, intento entenderla, me agacho hasta quedarme a su misma altura, ella está sentada, yo estoy de pie, no quiero que tenga que subir la mirada para escucharme, quiero que estemos hablando a la misma altura. 
Me agacho y cojo su mano, la que lleva la tirita, la intento tranquilizar, le digo que su hijo,  allí está bien, y que come bien, que no tiene que preocuparse. Ella insiste en explicarme el problema de su hijo con la comida. Quiero hacerle ver que su hijo ya no es un niño, quiero hacerle ver que allí come bien. Quiero ayudarle para que deje de sufrir por su hijo, por aquel chico que seguramente ha tenido una madre volcada en él, que se quitó la comida de su boca para dársela, que pasó frío para abrigarle, que trabajó día tras día y horas tras horas para que no le faltara de nada, que lo sigue haciendo. Hoy lo sigue haciendo, porque su hijo es bueno, y su hijo necesita cuidados, los cuidados de su madre. Me dice que él cuando se levanta no sabe hacer las cosas y ella le tiene que enseñar porque hay que tener educación, la educación es muy importante sabe usted? – Me dice-, yo le sonrío y le asiento con la cabeza. Él se levanta, continua diciéndome, y se pone los zapatos, se va a desayunar y no se lava las manos, y eso no se hace, eso es de no tener educación, cuando se pone los zapatos, después tiene que lavarse las manos, y luego ya a desayunar, con las manos limpias, que le tengo preparado el desayuno, pero  rápido, que si no la leche se le enfría, y la leche fría en invierno no hace nada, hay que tomarla caliente, bien caliente, que eso es lo que te cura todo lo malo de dentro, y él no se acuerda de que tiene que lavarse las manos después de ponerse los zapatos, y luego desayunar. No se acuerda de nada, por eso firmó, por eso está allí. Tiene que comer.
Cómo de grande es el amor de una madre, y cómo de desagradecidos podemos llegar a ser los hijos. Ese amor que ha llegado incluso a rozar la locura, ese instinto por proteger lo que es de una madre, sus hijos, esa fuerza para seguir luchando aún después de tantas batallas perdidas, esa fe en un hijo, esa lucha constante, esa capacidad de perdonar interminable, ese cuidado, esa delicadeza, ese afecto indescriptible, esa forma de encontrar justificación a todo, la desesperación con encontrar una solución, un camino sin descanso, esa mirada, su mirada, la tristeza habitable en ella, podía verlo en sus ojos, necesitaba un poco de luz, venía a buscar un poco de luz, necesitaba saber que no le iba a fallar, que seguía ahí, de pie, luchando por él, hasta el último momento, se veía en sus ojos.  Yo seguía manteniendo su mano entre las mías.
-     ..-  No se preocupe, le dije, …mire…vamos a hacer una cosa,  si a usted le parece bien. Vamos a llamar por teléfono al centro, y vamos a pedir cita con el médico, hablaremos con el médico, y él le dirá si su hijo está comiendo bien, él le dirá si puede llevarle la merienda y el almuerzo, pero todos los días no va a poder ser, lo entiende? Puede usted llevárselo una vez a la semana. Lo dejará allí, para toda la semana, allí comprobarán que su  hijo puede tomarlo, qué le parece? Lo ve bien? Hablaremos con el médico. Para que se quede tranquila. Tiene que estar tranquila, su hijo quiere que usted esté tranquila.

Me miró durante unos segundos, fijamente, yo no podía apartarle la mirada, me provocaba cariño, Quería ayudarla.  En sus ojos ví ternura, me dedicó una pequeña sonrisa, puso su otra mano sobre las mías. –Qué Dios la bendiga, (me dijo).

La miré, le sonreí. – Que Dios la bendiga a usted también. Un cachito de cielo es suyo. (le dije).


Salí fuera, mis neuronas espejo me volvieron a traicionar, me suele pasar. 

Hagan algo, sean hijos agradecidos, recuerden el esfuerzo que sus padres hicieron para que ustedes estén donde están y hayan llegado hasta el punto en el que se encuentran, recuerden a esos padres o a esas madres que tanto luchan por sus hijos, aquellos que lo hacen solos, por circunstancias de la vida, aquellos que todavía le preparan el desayuno. No dejen de verlos,  no dejen de sonreírles, no dejen de decirles lo mucho que le quieren. Hagan algo más, no se olviden de ellos. Ellos son capaces de alcanzar la locura sólo por protegerles, por cuidarles, por saber que están bien. Sean agradecidos, ellos jamás les pedirán nada a cambio, sólo quieren que estén bien, tengan ustedes la edad que tengan, sólo quieren que estén bien. No hay nada más grande, ya lo saben, el amor, lo que mueve el mundo, el primer amor, el primer latido, el amor de madre. 

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